Por casi seis meses este post estuvo en el congelador. Literalmente. Lo había escrito a fines de junio de 2006 y relata un concierto al que asistí duarnte enero de 2006... a la fecha, hace un poco más de un año. Cuando lo redacté, tenía bien claro que lo publicaría en la CDM, pero recién ahora, tras el cambio de diseño, decidí ofrecercelo a ustedes.
Como expliqué en uno de los posteos en los que presento la nueva CDM, no había querido publicarlo hasta ahora porque, simplemente, era demasiado extenso para el diseño antiguo. Es cierto que toca un tema sobre el que anteriormente (es decir, antes de iniciar la Caja), me había referido con bastante frecuencia y en términos muy duros: la Iglesia Adventista y sus creencias, pero aquel no fue el factor determinante para evitar postear esta nota hasta ahora. Representa el 5% de las causalidades por las que este texto no lo subía antes (el 95% fue el diseño).
Este reportaje fue incluido en un trabajo universitario en el cual debí crear una revista impresa. Podía tratar el tema que quisiera, no obstante ser viable (es decir, que pudiera realizarse en la vida real, en términos técnicos, económicos, de audiencia y periodísticos). Mi trabajo consistió en diseñar
la revista de la Caja de música, con todo el abanico temático que este blog posee.
Desafortunadamente, no puedo publicar el resto de la revista debido a que parte importante de las notas ahí incluidas fueron copiadas de otras partes (era un trabajo en el que se evaluaba la calidad de la diagramación, no de los contenidos) y sería necesario pedir permiso a sus respectivos autores,especialmente con varios textos que prácticamente re-escribí, el resultado de corregir faltas ortográficas y gramaticales demasiado notorias. Además, ninguna de las demás notas tiene relevancia para el contenido de la Caja. Fueron creadas pensando en revista y nada más.
Aquí tienen el reportaje. Y pueden descargar el PDF con la versión original de la nota, muy bien diagramada y con una gran foto.
Sábado, 7 y media de la tarde. A esta hora debió haber iniciado en un lugar denominado ‘ex cine Colón’, un megaevento de música en vivo con malabarismo, agrupaciones de hip-hop, rock e inclusive reguetón (eso era todo lo que indicaba el afiche que lo promocionaba en casi todas las calles del centro de la ciudad).
Tal afiche fue concebido para que yo —joven recontramayor de quince años, el único requisito que se exige para quienes deseen ingresar— ni siquiera sospeche que el lugar en cuestión realmente se llama
“Jesús te Llama”. Y que ahi escucharé, exactamente los tipos de grupos musicales que anuncian, pero cuyas canciones tendrán letras dedicadas a exaltar el nombre del dios judeocristiano. Así, opino, no se convence a un joven a integrarse a su religión. Corres el riesgo de que huya despavorido tras escuchar la primera estrofa.
Pero, como nunca he entrado a este cine convertido en templo —un cine que, en su época de esplandor, sobresalía por únicamente programar películas softporn entonces calificadas ‘para mayores de 21 años’— ni me interesa entrar (más si consideras que odio el reguetón y el
jijó y yo no somos amigos), dificilmente podré averiguar si su particular técnica de márketing funciona.
Dos extraños en el templo: Todo esto lo pienso mientras estoy sentado en uno de los bancos del templo central de la
Iglesia Adventista del Séptimo Día, en la antofagastina calle Latorre, esperando con mi amiga de toda la vida el inicio de la presentación en vivo de una agrupación juvenil llamada
Misión 3.
A diferencia de un joven ingenuo que lee el afiche de Jesús te Llama e ingresa al ex cine Colón sin saber lo que le espera, nosotros sabemos exactamente a qué venimos.
Y sabemos que el ‘concierto’ en cuestión, en realidad es una sesión especial del tradicional Ministerio Juvenil, donde cada tarde de sábado, jóvenes adventistas se reunen para adorar a Dios al ritmo de motivadoras canciones y para escuchar el sermón del pastor de turno, que después aplicarán a su diario vivir —se supone.
Sí, sabemos a lo que venimos. Y, pese a ello, igual nos sentimos extraños. Después de todo, no tenemos nada que ver con el ambiente en el que nos encontramos. Yo, agnóstico que después de salir de precisamente el colegio adventista que está junto con este templo, hace ya casi cinco años, sólo había pisado una iglesia para asistir a una ceremonia de matrimonio e inclusive a un velatorio, pero para nada más. Mi amiga, que también salió del mencionado colegio, es metodista pentecostal practicante y recontrafiel a sus creencias. La gente nos mira con rareza, aunque no con rechazo, más bien como preguntándose: “¿y estos que hacen aquí, si nunca los he visto?” Algunos pensarán que venimos de otra iglesia adventista de la ciudad y nos han bautizado recientemente. Lo que sí, el enorme banco en el que estamos sentados, con capacidad para 5 personas, no será ocupado por nadie más. Mas pese a que nos sentimos extraños, nuestra ansia por escuchar a Misión 3 no decae.
(R)evolucion musical cristiana: Durante los últimos 15 años, la manera de hacer música cristiana no católica en América Latina ha sufrido una interesante transformación.
Por mucho tiempo, esta música consagrada a Dios priorizaba más en la letra de sus canciones que en el sonido de ellas, lo que se fortalecía con el hecho que la banda sonora de muchas congregaciones protestantes se limitaba a un
himnario, libro con muchos cánticos de adoración (o sea, himnos), muchos de ellos basados en textos bíblicos como el
Cantar de los Cántares o los
Salmos (el libro de la Biblia dedicado a las canciones-alabanzas, como por ejemplo el número 23 o “Jehová es mi pastor, nada me faltará”).
Como importaba más la letra que el sonido (y quién cantaba el tema), muchas canciones que eran grabadas en estudio se musicalizaban con un sonido artificial, que cumplía la función de fondo, pero no aportaba a la experiencia de alabanza, por lo que perfectamente podía suprimirse y el track mantenía la fuerza de su letra.
Pero a principios de los noventas, se replanteó la manera de hacer este tipo de música. No se trataba de renegar lo creado hasta ese momeno. Sino de realmente aprovechar el poder de la música para atraer a nueva gente a las iglesias (o como dicen ellos, evangelizar), quienes definitivamente nunca se interesarían en la palabra de Dios si los predicadores mantenían su discurso basado en amenazar con la inminente llegada del fin del mundo y no recurrían a otros medios.
En el mundo protestante o evangélico, el mexicano
Marcos Witt es sindicado como quien inició este replanteamiento. Fue uno de los primeros en proponer una música en la que adquiría una importancia tan relevante como las letras de las canciones (que no perdieron un ápice de valoración) el sonido de los tracks y, ciertamente, la calidad de interpretación de sus intérpretes.
De ahi al rock cristiano, un paso. Como se trataba de experimentar con nuevos sonidos, otras agrupaciones protestantes imitaron a Witt, e intentaron componer melodías rocanroleras con un contenido tan devocional como los temas de un himnario, o inclusive más.
Rojo (no confundir con el programa de televisión) es el grupo de rock cristiano que representa de mejor manera este nuevo paradigma. Sus letras resultan bastante más conmovedoras para un adolescente que un tema cristiano formal, ya que enfatizan los problemas juveniles, y que seguir a Cristo es el único medio para superarlos.
La herencia de los Heritage: En la Iglesia Adventista, el cambio provino desde otra parte: las agrupaciones estadounidenses que seguían una idea relativamente similar a la de Marcos Witt, aunque sin alguna vinculación.
Heritage Singers (traducción literal, los ‘cantantes de la herencia’) es una de ellas: Una megaagrupación de más de diez cantantes que interpretan sus propias creaciones a capella.
Tras el éxito de la agrupación original, que canta en inglés, se creó otro Heritage Singers, el cual intrepreta sus mismas canciones en español. Y también sin acompañamiento musical.
En la música adventista en español de los últimos años, la calidad de las voces cantantes ha sido una prioridad, aunque no la única. También se ha notado la preocupación por conseguir un sonido que realce las emociones emitidas por las letras de alabanza. Y si para eso hay que recurrir a combinaciones instrumentales dignas del smooth jazz, pues adelante.
Pero más importante todavía, el uso de la música en la adoración actualmente se convirtió en una política institucional dentro de la Iglesia Adventista. Tiene que ser así, porque mientras hay congregaciones que alientan esta nueva manera de concebir la música, hay otras que no.
Parábola de los talentos: Siete con cuarenta y cinco minutos. Un muchacho de veintitantos vestido con un corresto esmóquin negro, y acompañado por una joven elegantemente vestida, ingresa al escenario central del templo. Serán los moderadores de este Ministerio Juvenil y de presentar a Misión 3.
El templo está lleno, aunque no totalmente. Y, pese a lo deducible, el lugar está habitado por fieles de todas las edades: niños, adultos, adultos mayores... y, por supuesto, jóvenes.
Para iniciar, el presentador, en vez de saludar, dice la palabra ‘maranatha’. No sé como reaccionar a ello, pero todo el público responde al unísono “¡Cristo viene!”. Seguidamente, solicita que el público se levante de sus asientos, para interpretar el cántico “Volverá”. La música de fondo es arreglada por un sujeto que hasta antes de la llegada de los presentadores, se vio en repetidas ocasiones preparando la infraestructura acústica del escenario.
A continuación, pide que inclinen sus rostros, para proceder a orar.
Aclaración para católicos: rezar no es lo mismo que orar. Cuando rezas, recitas una serie de frases ya determinadas, como el Padre Nuestro y el Ave María. Orar es una conversación inprovisada con Dios, pese a que los adventistas invariablemente la inician con “Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea Tu Nombre” y la finalizan con “en el nombre de Jesús, Amén”.
Ahora, el mismo sujeto que vigilaba los sistemas de audio, toma un micrófono, mientras ingresan los miembros del conjunto Misión 3.
El concierto va a empezar.
Y el sujeto en cuestión se llama
David Miranda, quien es el fundador de este grupo, cuyo nombre real es
Ministerio Musical Misión. Junto con su esposa
Loyda Gutiérrez, son los integrantes más adultos del grupo, que lo completan siete jóvenes veinteañeros.
David Miranda se alista para hablar mientras los demás integrantes de Misión 3 se preparan para cantar. La vestimenta es digna para un manual de estilo de telediario: Los hombres con el mismo tipo de esmóquin y las mujeres con el mismo vestido, del mismo color naranja.
Antes de empezar la primera canción, Miranda dirige unas palabras al público: Todos estamos conscientes de nuestros talentos. “Si no usamos uno, no vale la pena tenerlos todos” ¿Usarán sus talentos los jóvenes de Misión 3?
La primera canción que cantan es “Pronto vendrá”, cover de un tema muy conocido por los adventistas y que ahora suena renovada con una combinación de trompetas, guitarras en su cantidad justa y hasta violín. El resultado es una atmósfera musical alegre (quien haya escuchado alguna vez a Swing out Sister, puede que encuentre alguna similitud con esta canción). Pero hay que rendirse a los hechos: la música pasa a plano secundario cuando escuchas la mezcla de las nueve voces del conjunto. Tomen nota: Misión 3 es una mezcla de tenores, contraltos, barítonos y sopranos. Así, a cualquiera se le cae la boca al suelo.
Algo de la letra de “Pronto vendrá”: “Levantemos nuestros ojos / pronto amanacerá / y la luz de un nuevo día / pronto iluminará / Y una nueva historia se iniciará / cerca está el día en que veremos a Cristo regresar...” (escúchalo en el track recomendado de este post)
Conjunto multinacional: El centro de operaciones de Misión 3 está en Bolivia, pero sólo seis de sus miembros son bolivianos (entre ellos, Loyda Gutiérrez). David Miranda es peruano y los demás, chilenos:
Guillermo Valencia, cuya familia vive en Antofagasta, e
Ismael Zambrano, oriundo de Iquique. Ambos llegaron a Bolivia debido a que decidieron realizar sus estudios superiores en Cochabamba, no obstante han sido adventistas desde mucho antes.
Fue en Cochabamba donde inició este conjunto gracias a la iniciativa de Miranda. Que no era otra que concretar el deseo de la autoridad central de su iglesia: Crear una agrupación de jóvenes para jóvenes.
Sus primeros miembros fueron, además del matrimonio Miranda-Gutierrez,
Wilmer Patty,
Ana Salguero,
Litzi Valle y
Yaneth Espinosa (que continúan en el grupo), más otros tres que serían los primeros en retirarse, destacando
Bladimir Catácora, cofundador del grupo junto con David.
Primeramente, no contaron con mucha aceptación en su iglesia, pero su fe en Dios los motivó a seguir adelante. Al año siguiente de su formación, en 2003, publicaron su primer disco —”Canta al Señor”. De ahi en adelante, ganaron el reconocimiento de muchas iglesias adventistas del país como una agrupación que le daba un nuevo aire a sus cánticos clasicos (ya que ese primer disco incluyó solamente covers).
Y esos nuevos seguidores del grupo seguramente encontraron lo mismo que probablemente opinarán los lectores de
La caja de música: el nombre del grupo es demasiado complejo de memorizar. Así que prefirieron apodarlos cariñosamente “Misión tres”. O más abreviado todavía: M3 (que, coincidencia o no, hace también referencia a las tres divisiones territoriales que tiene la administración de la Iglesia Adventista en Bolivia, e incluso a los tres jinetes del Apocalipsis).
A partir de 2004 se integrarían los demás miembros actuales del conjunto y a principios de este año publican su segunda producción, esta sí con temas originales: “Con lágrimas Señor”.
Para traerlos al norte chileno, la Iglesia Adventista local no necesitó realizar una extraordinaria gestión económica. Sólo esperar que uno de sus miembros se casara:
Justo el día posterior a ese concierto, Guillermo Valencia contrajo matrimonio con su novia de toda la vida. Ciertamente no fue el motivo que determinó la visita de todo el conjunto Misión 3, pero como la boda se agendó con bastante anticipación, el grupo aprovechó la fecha para también ir a Antofagasta y ofrecer conciertos en vivo. Y antes a Iquique y después al sur peruano.
Nunca más seré quien antes fui: Cuando termina la primera canción, nadie aplaude. Ocurre es que en un templo adventista sus feligreses no aplauden, ya que lo consideran una falta de respeto a Dios. Por lo que el público reacciona gritando al unísono la expresión “Amén”.
Mi segunda conclusión: escuchar a este grupo en un disco compacto quita parte importante de su emoción. Al cantar, Miranda y compañía recurren casi con maestría a la comunicación no verbal, moviendo sus manos de acuerdo, no con las notas musicales, sino con el realce que quieran darle a una parte particular de la letra de la canción. Si sacan un DVD, tal vez sea el primer no adventista en comprarlo.
Por cierto, después del concierto le comentaré a Loyda Gutierrez sobre este punto, y me hará notar que soy el primero en darme cuenta.
Sigamos con la presentación en vivo. Antes de cantar una nueva canción, un miembro del grupo la presenta con palabras breves. El ambiente se está poniendo cada vez más emotivo, mientras yo escucho y anoto en mi libreta todo lo que veo.
La emotividad sube más todavía cuando se disponen a cantar el tema “Nunca más seré quien antes fui”. Ana María Salguero, lo presenta pidiendo que el público repita la parte de la canción que dice “Nunca más seré quien antes fui / Ya la puerta cerré / No volveré más / Yo seguiré hasta ganar / y nunca más seré quien antes fui”.
Todos siguen las instrucciones de Salguero fervorosamente, y a mi amiga lo hace casi sollozando. Todavía más, en un momento de “Nunca más seré...” arquea sus dos brazos y levanta las manos hacia arriba, posición que no abandonará hasta el fin del penúltimo track. Ya no me dirige la palabra. No es que la música la haya poseido, es que la mezcla de buena música, excelentes voces y letras que fortalecen su fe provocan que prácticamente se sienta en el cielo.
Ya las canciones dejan atrás el tono festivo de “Pronto vendrá” y se transforman en superbaladas, temas donde la emoción es lo que más sobresale. El momento sublime recae en la canción “Alfa y omega”, cuya línea final es cantada primero por una voz, mas otra hasta que todos rematan al unísono. ¿Me creerían que todavía nadie aplaude? Pero ciertamente, con cada canción que finaliza, el “Amén” del público es sucesivamente más fuerte.
Dios también lee la CDM: Ahora viene una intervención verbal de David Miranda más extendida. Parte afirmando que no es el estilo del conjunto ir a una iglesia, cantar e irse. Quieren aportar algo más a la gente que los oye y a las comunidades que visita.
A continuación, aprovecha de saludar a otro conjunto musical adventista que esta en el templo:
Yassai, igual de juvenil como M3, pero completamente masculino. Y se confirma: El nombre Ministerio Musical Misión es tan dificil de memorizar, que hasta David Miranda, su mentor, lo olvida.
Ahora pregunta cuantos tienen un libro editado por la editorial adventista sobre el rol de la música en la iglesia. Sólo lo tienen cinco, pero tres lo han leído. David los felicita, son de las escasas iglesias visitadas que por lo menos lo tienen en su biblioteca.
La idea central de ese libro se fundamenta en esta frase:
“Demostrad que Dios es músico”.
Ezequiel 28:12-13: Las tres primeras cosas que Dios creó (antes del día uno de la creación) fueron musicales: Los tamboriles, las plantas y Lucifer. ¿Pero Lucifer por qué es musical? Porque, antes de ser desterrado, fue director de los coros celestiales.
A su afirmación, David agrega “No hay día en el cielo que no empiece ni termine con música”. Interpretación de este cronista: a Dios le encanta la música y de seguro la que se hace en los alrededores de su trono es muchísimo mejor que la hecha en la Tierra. Pero de seguro igual le interesan los buenos sonidos terrícolas y no aquellos que se hacen por seguir las modas, por lo que es lector frecuente de la CDM. Satán podría también ser lector de esta revista, considerando su título de ex director del coro celestial, pero de seguro está muy ocupado leyendo todos los fanzines que tratan sobre ritmos dignos para la Cajita Musical Feliz como el reguetón.
Dejemos atrás mi particular visión sobre el asunto y volvamos al discurso de David Miranda y a lo que pretende llegar con aquel (no sin antes notar un descubrimiento: los ángeles que viven más cerca de Dios, tienen seis alas; los que están en la Tierra, dos)
El punto: Si Dios y la música se llevan tan bien ¿por qué la iglesia la malaprovecha y no aplica de mejor manera la fuerza de la música para atraer a sus fieles distanciados (que en la Adventista no son tantos como en la Iglesia Católica, pero igual los tiene) y predicar la palabra de Dios a futuros nuevos feligreses?
Llegó el momento de cantar el tema con el Misión Tres cerrará su presentación.
Pero antes, la oración final.
Tras ella, David Miranda lo presenta llamando al público a que se levante, tras haberse mantenido todo el concierto sentado: “Pido que se pongan de pie todos quienes sienten el mensaje de Dios. Esta no es nuestra música, es Su música”. Aprovecha de invitar a una de las voces de Yassai al escenario.
Ahora se crea un ambiente de devoción total. Los cantantes de M3 con este tema cierran una hora ininterrumpida de música —en la que, sin avisarlo, presentaron varios tracks de su segunda producción, que al momento del concierto todavía no se publicaba—, y lo hacen encendiendo una vela por voz, mientras las luces del templo se apagan. El muchacho de Yassai también prende la suya.
Se acaba la canción final, y el público ya no puede gritar “Amén” más fuerte. Uno de los asistentes empieza a aplaudir y de inmediato se pasa al aplauso generalizado y después a la ovación.
Ellos aplauden a Dios por permitir inspirar a genios como David Miranda y sus compañeros para producir música celestial. Yo, porque gracias a esa fe constantemente criticada por ser responsable de tantos crimenes terrenales, gente como David y compañía crean sonidos deleitosos, mientras otros motivados por la fama y el dinero crean música ideal para sesiones de tortura, como el reguetón y la que repite FM DOS todo el día, todos los días. ¡Amén!